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Comidas en familia, ese deporte de riesgo

Muchas veces un almuerzo, o un inocente cumpleaños, ponen a prueba toda nuestra resistencia, equilibrio y contención.

El otro día un amigo preguntaba por qué no se le puede decir de frente a otra persona que te cae mal, que no la aguantas y que te parece que es una plasta.

Bueno, pues por muchas y variadas razones no le podemos decir al resto lo que realmente pensamos de ellos, básicamente, porque a muchos tendremos que seguir viéndolos luego. No desaparecerán una vez les disparemos nuestra opinión a la cara.

El asunto se vuelve más complejo con la familia, y más rizado aún, con la familia política. Aquí ya hay que agregar cariño, sangre, compromiso, rencores históricos, etc.

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No sé cómo lo harán otros, pero para mí los almuerzos familiares son verdaderas pruebas de resistencia. Momentos en donde se estiran al máximo todas mis capacidades de contención, equilibrio y aguante, por lo general me dejo ayudar por los aperitivos, vino y cava en el postre.

Las comidas con familiares directos, los tuyos digamos, pueden ser bastante tensas porque, entre la cercanía, el exceso de confianza y a mi tío que le sale el predicador que lleva dentro con la mezcla de humo y alcohol, de pronto ¡pum! estallan los globos del cumpleaños.

Con la familia política, que debería sentirse como propia, pero que es la de la pareja, pasa que has de ser mucho más correcto porque ahí estás en franca desventaja y tu suegra, ya te digo, no tiene pinta de que vaya a esfumarse o a emprender un recorrido por el mundo. Seguirá ahí al terminar el postre y quién sabe cuántos más te quedan por disfrutar en su compañía.

Me imagino que habrá quien haya tenido suerte y fue a parar en un entorno familiar divertido, respetuoso, medido, progresista y tolerante, pero no suele ocurrir en nuestra sociedad latina.

Sabiendo todo esto y siendo consciente de que la cuestión familiar es siempre peliaguda y que todos tenemos madre y que, tal vez, seremos suegra o cuñada, me aguanto. Contengo hasta la respiración, te prometo.

Procuro cantar mentalmente mientras se habla del calor del verano y del frío en invierno. En el café, cuando ya están todos demasiado acomodados en su rol y comienzan las preguntas sobre para cuándo los niños, cuánto ganas, por qué no compras en vez de alquilar… yo, casi siempre, me retiro porque tengo que trabajar. Nadie puede decir que yo sea vaga porque, no ayudaré a lavar los platos, pero trabajo muuuuuucho.

Lamentablemente, hace unos días, recién en la ensalada, una tía de esas que son todo corazón y que nunca hablan mal de nadie (según dicen ellas mismas), nos cuenta que el primo Mengano que ya casi iba llegando a los 40 soltero, un encanto de hombre, buen partido donde los haya, se ha emparejado por fin. ¡Qué ilusión! ¡Qué bien! Alcanzan a exclamar algunos, pero, acto seguido pone cara de chachán y suelta: la chica es muy guapa… lo decía en un tono raro, apenado, y yo pensaba: ahora va a decir que tiene una enfermedad incurable o algo. Y continúa, la chica es monísima, linda y…tiene un hijo como de seis años, parece que es divorciada.

En ese momento me di cuenta que debería haber venido con casco y auriculares.

No pude, lo siento, pero hay temas que me alteran el alma. Respiro, me agarro a la copa, me levanto a buscar más pan, pero estos comentarios sacan la loca que llevo dentro, esa que desearía ser como Stanley Kowalsky de Un tranvía llamado deseo y volcar la mesa para luego abofetear a diestra y siniestra.

No se puede callar ante la magnífica mezcla de ignorancia y estupidez bañada con sexismo. No debemos dejar pasar la oportunidad de decir en voz alta que ¡Ya está bien de hablar así, joder! ¡Las mujeres no somos vacas lecheras! ¡Ni coches de segunda mano por tener historia!

– Yo no era virgen cuando me casé con su sobrino, tía Carmen, tal vez por eso pagaron sólo dos ovejas por mí.

Seguramente me quedé sin regalo de Navidad, pero no creo que haya que guardar silencio – haciéndonos cómplices del menosprecio – ni siquiera por respeto al familiar que, Señor perdónalo, no sabe lo que dice.

Tal vez no logremos hacer cambiar de opinión a la tía Carmen, pero por lo menos haremos que se dedique a comer con la boca cerrada, que es un gesto de buena educación básico para compartir en familia.

Foto: Alexis Fuentes Valdivieso/ Modelo: Sole García Moure

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