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El divino derecho de cortar mi cabello

Porque cortar el pelo erradica problemas de raíz y puede ser tan simple como podar el pasto.

Britney se rapó y revolucionó al mundo. Yo me macheteé la mitad del pelo y revolucioné a nadie; excepto a todos los que me miran como loca en la calle, preguntándose por qué razón me dejé medio casco con melena y la otra fracción como Sinead O’Connor. Es simple: Porque tenía pena (no por querer seguir a Miley Cyrus. Dios no lo quiera). Me corté el pelo para no tajearme las venas, desencajarme las rodillas o comerme las uñas. Como muchos deciden involucrarse con el tequila, otros con el verde y algunos con el masoquismo; yo corto el problema literalmente de raíz y como quien decide erradicar los piojos de su cabeza, cerceno mis trancas como si fueran bichos chupasangre.

No es que tenga una lista inconmensurable de dilemas morales que no me permitan dormir, pero dejé que un ave carroñera me picoteara más de la cuenta, lo cual es motivo suficiente para que una cortadora de pasto pase sobre mi mollera. “¡Ay, que pena que te hagas daño a ti misma por tan poco!; tienes que quererte más”. Tranquila, comadre; que el pelo crece inexorablemente y es bastante menos dañino que tatuarse un corazón roto o llorar tanto que te demorí tres días, veinte cremas y siete capas de estuco en recuperar la dignidad facial. O que poner un estado en Facebook del tipo “no me quisiste porque soy demasiado para ti, ya vendrá un tipo mejor que tú y me hará feliz”, donde la honra rota disfrazada de autoestima no pasa por amor propio en ninguno de los casos; y si así fuera, claramente no estaría en la red.

Entonces, para evitarme el show satánico de comer helado en cantidades industriales, agarré una navaja y me la pasé por el lado derecho de la sesera. Pero como nadie es perfecto y yo no soy peluquera, quedé más parecida a Skrillex que a Rihanna despampanante, por lo que efectivamente tuve que recurrir al llanto y correr donde la estilista más cercana a restaurar el “Ecce Homo” que tenía sobre la cabeza. Una señora parecida a las cortesanas de la Edad Media me atendió con la paciencia de una ardilla y los resoplidos de un caballo luego de analizar mi frustrada obra de arte: “Es que las niñitas de tu edad siempre hacen estas tonteras. Creen que cortarse el pelo es como podar el césped”. Y sí, eso es justamente lo que creo. Pero, ¿sabe que más creo, señora? ¡Que tengo el derecho a hacer lo que se me plazca con mi cholla!

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No le dije nada. Pero creo que podría haber hecho una buena analogía del pelo/pasto. Como, por ejemplo, que con todo auge, también hay una caída, pero que la naturaleza es tan sabia que hace que todo lo que se tala, vuelva a crecer. Que sí; si me quita cabellos, me abandona sin hojas y me deja media baldía, pero detrás de ese pelo aparentemente muerto vienen más semillas. Yo me preocuparé de regarme todos los días, de abonarme una vez a la semana, de nutrirme de sol, de alimentar mi clorofila, de darme calor en días fríos y entregarme humedad en días secos. En ser buena jardinera conmigo misma y excelente botánica en lo que a mí respecta. Entonces, ¡déle no má’! Córtelo. Porque el derecho divino de hacer lo que quiera con mi cabeza es solo mío y como la natura es tan astuta, en ya poco brotará de nuevo.

 

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