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El horóscopo dice…

Salir de casa sin ver mi horóscopo se ha vuelto imposible. Y tú, ¿cuán adicta eres a tu futuro?

El hecho de tener cable me hace ceder ante todo tipo de placeres culpables; desde programas siúticos de cocina hasta especiales de diseño escandinavo, cosas que sólo pueden ser relevantes en el contexto de la procastinación. Sin embargo, existe algo que se ha convertido en una necesidad. Más allá de dormir, más allá de comer, es el horóscopo el que se ha transformado en obligación y menester para hacer funcionar mi vida. ¿Cómo levantarme en la madrugada sin saber si mi capital diario es beneficioso o no para enfrentar la tarde? Me declaro adicta al futuro, exponente de un mal hábito y una pésima costumbre.

Me suele pasar los Viernes. Faltaría hasta a mis obligaciones por quedarme viendo a Pedro Engel (respetable vaticinador de programas matinales) en las mañanas, por adquirir un cuarto de su clarividencia; por saber que talismán se usa esta semana. Quizá así atraparía un poco de suerte; así, tal vez, las palomas dejarían de usar mi pelo como baño.

Es que la temática de la predicción es algo complejo. No es como cuando los meteorólogos dicen “lloverá mañana”, todos salimos con impermeables y sale el sol, total las chaquetas se sacan y se ponen; sino que cuando Pedro Engel habla directamente a la cámara (y a tu corazón) y dice algo como “es en aquellos pequeños detalles donde se encuentran las soluciones que buscas”, la paranoia comienza a devorarte, convirtiéndote en una suricata histérica que le pone atención a cada nimiedad que se cruza frente a sus ojos. Probablemente ni tengas problemas o interrogantes, pero como “el horóscopo dice…”, el solo hecho de que un guarén se cruce frente a tu auto, puede ser perjudicial. El horóscopo explota impulsos y posiblemente cedas ante la necesidad no imperativa de comprar un nuevo mouse para el computador o de cocinar la receta de ratatouille que ni siquiera sabes preparar para un almuerzo familiar.

Peor aún es cuando los astrólogos enuncian frases como “un esfuerzo lanzado en este momento requiere vigilancia nutritiva” y uno se cuestiona si uno estará mal o la sugerencia que te están proponiendo no tiene ningún sentido. ¿Vigilancia nutritiva?, ¿tendré que comer más pero controlar mi peso para validad algún impulso arrojado como frisbee desde algún lado? Finalmente y sin importar lo que aquel sinsentido vaya a significar y como buen ser humano permeable ante los estímulos externos, terminamos creyéndole al oráculo de consumo masivo y realizando actividades que no tienen ni patas ni cabeza como dormir con un ajo bajo la almohada, instancia que, a pesar de colaborar con el brillo del pelo, te deja absolutamente pasada a puerro silvestre. Aunque, debo confesar, si comer cebollín a la medianoche me va a hacer tener suerte, prefiero andar un día entero oliendo a chinchilla a que perderme la oportunidad de que el equinoccio primaveral me traiga sorpresas.

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