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Lecciones que aprendí al manejar

Hace cuatro meses empecé a manejar un auto, lo que me ha dejado muchas lecciones muy valiosas.

Comencé a manejar apenas hace cuatro meses, después de una depresión consecuente de una serie de eventos que confirmaron mi mala suerte: debido a un error burocrático, me despidieron temporalmente del trabajo en el que estoy; me enamoré de un amigo con derechos del que preferí alejarme con el propósito de mantener un poco de dignidad; me sacaron de emergencia una muela del juicio debido a que la pobre nació más chueca que la política mexicana; clonaron (y vaciaron) mi tarjeta de débito y, por si todo esto no fuera suficiente, me encontraba totalmente inconforme con mi cuerpo (muchos kilos extra que me hacían ver como una versión deforme de mí misma).

Todo esto me orilló a la soledad (esa vieja amiga, tan sabia y tan burlona) y a enfrentar que la verdadera responsable de todos mis problemas era yo. He sido un desmadre total durante los últimos cinco años, he descuidado mis finanzas y he despilfarrado el dinero en alcohol, comida, fiestas, viajes y apuestas en casinos. Me llené de eventos sociales rodeada de amigos gays a quienes adoro, pero que no pertenecen a mi ambiente (o más bien, yo no pertenezco al suyo), me dediqué a entregar todo lo que tengo a hombres que ni remotamente me valoraban (querían sólo acostarse con una gorda para saber qué se sentía). En fin. Me perdí.

Lo primero que hice ante la crisis (después de llorar toda una noche con mi madre, como niña de cinco años) fue perdonarme. Encontré consuelo en el silencio de mi habitación. La extracción de la muela fue un pretexto para encerrarme en mi casa y así no gastar dinero que no tenía. Me dediqué a ver Game of Thrones y a leer un par de libros. No recibí visitas (por decisión) y comencé a tomar cartas respecto de mi físico: tenía que ver quién era detrás de esa grasa y de ese pelo rubio teñido que traía en ese entonces. Regresé a mi castaño natural, comencé a ejercitarme y a comer mejor.

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A la par de todo eso y volviendo a la primera línea de este texto, me inicié en la manejada. Había comprado mi coche (estándar, pequeño, de cuatro puertas) un año antes, pero por miedo, conformidad y por falta de necesidad no lo usaba. Fue hasta ese instante cuando me convencí de intentarlo, pues debía aprender algo nuevo que me sacara de mi zona de confort y me demostrara que tengo voluntad y capacidad suficientes para lograr lo que me sea. Al principio iba a velocidad tortuga y las subidas eran un infierno; cuando superé eso, la siguiente meta era estacionarme correctamente. En esos intentos le pegué quince veces al vehículo, dejándole heridas de guerra que ahora comparo con las mías y de las cuales estoy orgullosa.

Cuatro meses me tomó perfeccionar el arte de andar al volante, y gracias a esa experiencia pude aprender lo siguiente, más allá del tráfico y del parking:

1. Hay que ir lo suficientemente rápido como para alcanzar tus sueños, pero también lo suficientemente lento como para poder cambiar de rumbo a tiempo.

2. Si estás estancada y no puedes moverte para ningún lado, te queda la opción de disfrutarlo. ¿Cómo? Canta a todo pulmón, habla contigo, ríete de lo que te rodea, medita lo bueno que te ha dejado el día. Aprovecha los altos en el camino para conocerte.

3. Eres la única que puede decidir qué dirección tomar. Todos los demás son meros copilotos. Eres dueña y responsable de tu ruta.

4. De los madrazos de la vida es de lo que más se aprende. No ocultes tus cicatrices, forman parte de tu crecimiento (y también son recordatorios de lo que no te ha funcionado).

5. Cuando sientas que todo te agobia, toma un respiro y sal a dar un paseo. Puede ser en coche, en bici o caminando, pero tomarte tiempo a solas te ayudará a despejar tu mente.

6. Jamás dejes que un poco de lluvia te impida llegar a tu destino. Manejar no sustituyó mis pies; aún amo caminar en las calles de la Ciudad de México, me encanta ir al parque los sábados en la mañana y observar a la gente alrededor y cada que puedo ocupo el metro, donde amo ponerme mis audífonos y escuchar The National a todo volumen. Pero sin duda, aprender a conducir representó para mí algo muy importante: aun cuando te sientas torpe o insegura, nada es imposible si así te lo permites.

Que lleguen siempre sonriendo a su destino.

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