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Así con el 14 de febrero

María Paz reflexiona sobre el día del amor.

Ayer, entre todas las cosas que hago, me salió una pega de La chica de los Mandados . El “Mandado” consistía en  comprar unos globos metálicos y enviarlos a Valdivia. Cuando esperaba y preguntaba por los precios, escucho que los globos que decían “Te quiero” se habían agotado, por sobre los que decían “Te amo”. Hablando con los que vendían sobre lo que se podía inferir de eso, me decían cosas como “Mucho compromiso decir te amo” o “Ya nadie dice Te amo”.

Venían entonces miles de reflexiones sobre el amor, lo que uno considera amor, sobre lo que yo considero amor, cuántos regalan cosas para ese día y se cagan como quieren, cuántos juegan a que no les interesa pero igual sienten que tienen que hacer algo ese día para suplir el que no tienen con quién pasarlo (¿Holi?). Me acuerdo de los 14 de febrero de cuando era más chica, las rosas, los globos, los regalos rebuscados. Pero sobre todo me acuerdo de las pegas que he hecho al respecto del día de San Valentín, todo referido la fuerza del amor por los años, a lo inolvidable que a veces puede ser -sobre la muerte, la distancia y las circunstancias, a incluso no tener miedo a pasar vergüenza. Ahí viene otra reflexión de otro señor que estaba donde vendían los globos, “¿Ve como son los niños? Los niños no tienen vergüenza a decir te amo”. Y yo le contesto ” Pero claro, entonces cuando nos enamoramos somos como niños, no nos importa nada, sin miedo, vergüenza o complicaciones hueonas. Amar es como ser un niño”.

Pensaba en la campaña de Japi Jane de ‪#‎nonecesitamosniunhueon‬  y pensaba que si los vibradores ( a pilas po, claro) bailaran, serían perfectos. Pero claro, los vibradores no dan abrazos, no hacen nanai, no quedan mirando fijo, no te dicen qué les parece tu forma de moverte o no emiten mayor inflexión en su vibrar como cuando algo les gusta o no de estar contigo. O no comentas largo y tendido sobre cosas estúpidas con ellos o elaboras teorías de escaso interés del mainstream. Y si pienso mis queridas, claro, tienen razón con lo de “No necesitamos ni un hueón”. Un hueón, para qué ¿Para pasarlo mal? ¿Para puro sufrir por alguien que no vale la pena? Para eso no, no lo necesitamos, para eso mejor estar sola.  Pero de vez en cuando sí, necesitamos a un hombre  (hombre, no un pendejo, no un hueón). O una mujer o una idea o un proyecto una mascota, un viaje, una forma de vida.  O sea necesitamos si o sí de un amor. Yo necesito al menos uno importante en mi disco duro, de algo que me haga vibrar, que me haga pensar, que me ocupe los ratos que voy a toda velocidad en la bicicleta, o cuando estoy duchándome o cuando voy camino a comprar pan al almacén de la vuelta. Al menos yo, siendo súper honesta, sin un “algo” en mi cabeza aunque sea imaginario o construido en base a muchos otros como “Negrito” (Mi personaje favorito de los cuentos) o la idea de un negocio nuevo o alguien interesante que conocí hace poco, la inspiración se me va a la chucha. Puedo estar sola-sola (que no es lo mismo que soltera o sola sin la reverberación) o acompañada, pero con musos/musas dando vuelta, provocando la escritura vertebral para escribir el resto de apéndices que se transforman en artículos, proyectos, presentaciones de trabajo. Por eso mismo debe ser que no es tan raro  que pa los gringos sea no sólo el amor erótico o de pareja, sino esos momentos para mamonear con la familia, los amigos, esos otros amores. Todos los amores.

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Hoy, 14 de febrero día de San Valentín, estaré jugando a ser una señora de los años 20 ( Claro, como no tengo panorama romántico, me invitaron a una cena de aniversario de unos amigos, de disfraces en uno de los lugares con más onda de Santiago), a ver si me inspiro en esos tórridos y románticos años donde todo era más lento, vestida y caracterizada de la época, donde no había Whatsapp para volverse loco con la doble flechita o la última hora de conexión; donde no había Facebook para bloquearse del chat, donde el pueblo era más chico que los que uno conoce como pueblos chicos; donde la luz eléctrica no alcanzaba para todos los lugares, los tiempos de las portaligas, las boquillas y las plumas. Quiero pensar en cómo la gente se tomaba los proyectos en esas épocas y hacían cosas tan importantes que hasta nosotros valoramos el día de hoy o tomaban decisiones súper jóvenes que implicaban irse y dejar amores para poder amar a otros, lejos de su tierra. Imaginando lo que sería enamorarse esos años de alguien así a la antigüa, tener amantes que treparan por la ventana  o cuando no existían los celulares y menos tenían cámara para aparecer etiquetado al día siguiente indecorosamente o donde las esquinas y recovecos del patrimonio también eran cómplices del calor y la efervescencia de las emociones. Quiero jugar a no pensar en las parejas llenando moteles (bien por ustedes cabros, denle no más, el que puede, puede), en los comerciantes ambulantes que hoy se harán la América vendiendo flores, globos y chocolates (trabajo es trabajo chiquillos) ni en cuán sola estoy o cuán acompañada he de estar. De hecho, no quiero pensar en nada más que en mi atuendo y en jugar, como lo hacen los niños: sin vergüenza, sin importarle nada, para escribir más huevadas respecto a historias, para la inspiración huachafa de artículos que hablan de más o de menos, para que uno no se apague.

¡Que viva el amor en todas sus formas! [Menos en ese pendejo maldito en pelotas tirando flechas estampado en globos metálicos y en rosas alicaídas envueltas en celofán (por último sin celofán), eso si que no, por favor].

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