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Escándalo

Para llamar la atención a veces basta con muy poco. Escandalizar es muy fácil para las mujeres.

Por razones que no vienen a cuento tuve que ir a un centro comercial. No voy si puedo evitarlo porque me mareo y lo paso fatal.

Estaba en la parte de los restaurantes comiendo las tradicionales patatas fritas y bebiendo una cerveza con unos amigos mientras se cumplían las razones para poder irnos cuando, de pronto, unas chicas lanzaron una bicicleta por las escaleras mecánicas. No mataron a nadie, no llevaban armas, ni siquiera le dieron a una persona, pero hicieron un estruendo comparable a un desembarco marciano.

Eran tres chicas de pantalones muy, muy ajustados y grandes zapatillas  Nike. Al parecer muy orgullosas de sí mismas y aunque iban con las manos vacías, sin bolsas o paquetes de alguna tienda, estaban encantadas de la vida.

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Llegaron los guardias, toda la gente miraba consternada, no había ojo que no estuviera puesto en ellas. Para más inri hacían palmas mientras terminaban de bajar la escalera esquivando la bici retorcida sin la menor congoja. Mandaron a los guardias a la mierda, intentaron seguir su camino, pero llegó más personal de seguridad y se armó una escandalera de portada.

Tres chicas que dudo alcanzasen la mayoría de edad, sin mostrar las tetas, sin abrirse ni las chaquetas, formaron un barullo que ya se quisieran las de Femen.

Dejé de poner atención a mis amigos que calificaron el suceso como “muy punkie” para poder escuchar lo que decía el resto porque me resultaba tremendamente llamativo que con un acto tan nimio gente tan estupenda se perturbara tanto.

Desde las mesas contiguas oí de todo. Negras, gitanas, ordinarias, extranjeras, ladronas y el siempre bien ponderado puta. Ese no falta nunca. Todos de acuerdo en que había que echarlas, todos repudiando la fechoría, todos convencidos de que no deberían dejar entrar a semejantes personajes a un centro comercial respetable.

Me impresionó la coincidencia, la rapidez del acuerdo colectivo, para señalar e identificar cada factor que hacía de “ellas” algo molesto, insoportable, intolerable, chocante por diferente, por ajeno a la normalidad.

También me dio una extraña sensación de risa contenida ante lo fácil que resulta escandalizar. Supongo que, de alguna manera, simpaticé con la actuación que nos interrumpió el mastique. Fue hasta grato ver al señor de la camisa Ralph Laurent blanca radiante y reloj gigante corroído por la rabia; a su mujer asustada, aferrada al bolso, aunque no blanca porque el bronceado profundo me impidió verla palidecer de miedo.

Todos los rasgos físicos o del comportamiento que se condenan desde lo establecido por inapropiado, indeseable o indebido, la mayor parte de las veces, no es más que un asunto de forma y lugar. Lo que para muchos puede ser feo, raro, peludo o rojo, un poco más allá no lo es tanto.

Cuestión de imagen y perspectiva.

En todo caso, nosotras jugamos con ventaja en esto de alterar el orden, porque para una mujer es como tirarse por un tobogán, basta con reírse de los calvos, ser demasiado morena entre rubias, acostarse con un casado, beber de la botella o hacer pis en la calle. No sé porqué insisten en empelotarse, cuando a veces hace un frío tremendo, si para provocar o llamar la atención con una bici y dos amigas tienes de sobra. Demostrado.

Nota: este texto contiene frases irónicas.

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