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Súper pobres

Cuando hay una catástrofe de grandes proporciones desde todos los medios se apuran en destacar las maravillosas cualidades de los afectados que, curiosamente, casi siempre son lo más pobres. Porque los pobres son gente maravillosa.

Una mañana de domingo tranquila y deliciosamente ociosa, mientras mordisqueaba una tostada, veo en la contraportada del diario una frase que me pareció tan llamativa como extraña: “Yo he sido rico y he sido pobre, y es mucho mejor ser rico”, decía. Y un tipo contaba una historia de esas típicas de yo empecé con un carrito y ahora tengo una cadena de supermercados; el cuento era olvidable, pero la frase se quedó conmigo y me ha rondado siempre.

Porque parece una obviedad, pero no lo es.

La gente que tiene dinero, mucho dinero, no suele reconocer abiertamente que eso es infinitamente mejor que ser pobre. Les encanta decir cosas como que todos podemos si queremos, se intentan igualar al resto de la humanidad apelando a la subjetividad de la felicidad, la salud y el amor, a que en la dedicación está la clave y todo tipo de embustes variados que incluyen estudios certificados por ellos mismos. Cuando, la realidad, es que ser pobre es una mierda.

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Una mierda muy compleja que no se elige ni se desea.

He visto, desde la distancia, arder en un incendio impresionante buena parte de Valparaíso (Chile). Una ciudad que ha llegado a estar de moda por ese toque ordinario de puerto chico, tan pintoresco cuando se engalana de colores chillones y restaurantes alternativos.

Bueno, la parte que se ha quemado, por supuesto, es la parte pobre. Las casas de los más pobres ¡Qué mala suerte! Los pobres son gente muy desafortunada. El viento está en su contra, siempre.  La basura está demasiado cerca y ya se sabe que hacer casas que no sean de cemento está contraindicado.

Pero la gente pobre, es valiente, está acostumbrada a la catástrofe y sabe salir adelante. Para los pobres lo importante es estar vivos, y nada más.

Y aunque no tengan nada de nada, siempre son capaces de hacer un chiste en plena desgracia y colgar la bandera de su país sobre los escombros.

Yo no soy pobre y no represento a los pobres, aunque conozco la pobreza, no estoy en ella y no tengo intención de unirme a ella si puedo evitarlo. Pero estoy hasta los huevos de ver cómo se ensalzan las bondades de ser pobre, y cómo se habla de su tragedia, su espanto, su miseria desnuda con ganas de destacar el lado bueno. Las maravillosas cualidades que tiene la gente que no tiene nada. Me arde el c… ver a los de la tele, a las autoridades, a toda la gente sensible del mundo, conmovida por la resistencia ante el drama de esta gente inconcebiblemente fuerte.

Casi nunca se habla de cara a la miseria en los grandes medios, siempre se la intenta rodear de bondades, colores, emoción, grandeza y música bailable.

O, les agarra la culpa o algún ataque por Semana Santa, y hacen un reportaje que de tanta “verdad” se come la dignidad de los retratados de un bocado.

Es difícil hablar de pobreza, sobre todo, si no has sido pobre. Es complicado relatarla sin caer en desgracia, pero de ahí a ponerla con ese insoportable acento de “pobres, pero felices” hay una quebrada convertida en vertedero de distancia.

Aunque hay que reconocer que hay algo de milagroso entre tanto despojado. Pueden vivir sin agua, sin luz, sin comida ni medicamentos. Tan unidos y con el corazón tan grande además.

Hoy es un incendio, mañana un tsumani, ayer fue un brote de cólera, pero nada puede con ellos, son magníficos los pobres. A veces parece que tuvieran “superpoderes”. Nada los extermina. Porque pase lo que pase, sigue habiendo pobres.

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