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Calladita me veo más bonita

Si no hay nada bueno que decir, no hay que decir nada, dejar que la ausencia de palabras sea la elocuente, la que aviente las mentadas.

A mí me enseñaron, a una tiernísima edad, que cuando uno no tiene nada amable que decir, no debe de decir absolutamente nada. No sé si sea bueno para el hígado, pero así las cosas. Durante mucho tiempo pensé que era una cortesía para no herir débiles susceptibilidades que se amainaban con cualquier cosita. Ahora, después de mucho tiempo, estoy convencidísima de que es una táctica de guerra: la tormenta que precede a al calma, como un ataque con Napalm que anuncia “te va a cargar el payaso” nomás abra la boca. Es decir, cuando estoy callada, I’m at my deadliest, porque implica que estoy mascando y tragándome a pelo purititas mentadas, y haciendo el ejercicio pasivo agresivo de odiar no explícitamente.

Esta teoría, en mi vida, se ha comprobado una y otra vez con resultados mixtos. La más reciente exploración fue algo a lo que denominaremos “silencio de automóvil”. Un tipo de silencio en movimiento que implica miradas lánguidas por la ventana del coche y apagar violentamente el estéreo (nada más para añadirle al drama y porque si tú vas a estar pinches callada, todo lo demás también. Muy democrática la onda). El asunto es que es un silencio particularmente agresivo por su naturaleza rápida, no puedes prolongarlo más de lo que dure el viaje y tiene que dejar muy en claro que estás ignorando, aplicando la ley del hielo y castigando con el más duro látigo de tu desprecio.

Situación: pleito menor.

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Él: “Bueno… Ya estuvo, ¿no?”

Ella: (…)

Silencio

Él agita la cabeza en negación.

Murmuro indescifrable.

Él: “¿Qué? ¿Ya no me vas a hablar?”

Ella: (…)

Mira por la ventana.

Él: “¿Es en serio?”

Ella: (…)

Silencio

Golpe fuerte a la perilla de encendido del estéreo del coche.

Silencio

Él: “¿De verdad no me vas a decir qué te pasa?”

Ella: (…)

Silencio

La batalla está ganada. Ni una palabra es necesaria para desatar ese infiernito, nada dice “te tengo fregado” como no decir nada. No me van a dejar mentir. ¿Cuántas veces han guardado sepulcral silencio? ¿Cuántas veces no han castigado con ese mortero de mutismo? Es verdad, si no hay nada bueno que decir, no hay que decir nada, dejar que la ausencia de palabras sea la elocuente, la que aviente las mentadas. Silencios de coche, de cama, de teléfono, de mensajes. Silencios. ¿Qué importa? Al final, como decía mi mamá, a veces, calladita te ves más bonita.

(…)

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