Soundtrack

No sé muy bien en qué momento me di cuenta de que la música sería importante en mi vida. Quizá fue cuando escuche por primera vez a The Beatles o cuando descubrí que todo lo que querías decir podía ser dicho con una canción. Soy una cursi, no lo puedo negar, pero mis más grandes momentos, y también los peores, se han definido por memorables sonidos y, me guste o no, mis recuerdos trazan una línea perfecta entre lo que sucedía y lo que se escuchaba ese momento. Es así, como existe una relación casi mágica entre mis bandas y la gente que se cruza en mi camino. Es decir, te voy a pinches poner soundtrack porque así es como nos vamos a recordar.

La vida se me ha ido entre dichas y dolor musicalizados porque cuando encuentras el vínculo perfecto entre una cosa y otra, el cuerpo (necio hasta su puta madre) exige la vivencia una y otra vez. Como si te dispararas mil veces con una bala de oro que nunca pierde su brillo. Escuchar mil veces una misma canción para que haga callo, para obligarte a no olvidar jamás, para no dejar ir las risas o el exquisito dolor. Agotarse para dejar ir y, cuando vuelves a escuchar mucho tiempo después, sentir como el recuerdo te arremete con una fuerza gloriosa que te roba un poquito el aire. ¡Qué maravillosa sensación!

Es justo eso, ese pasadizo directito a las mariposas en la panza. ¿Cómo no amar ese catalizador? ¿Cómo no dejarse consumir por el cliché? Soy una cursi y te voy a poner pinche soudtrack, tú dirás a qué quieres sonar…

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