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La niña que vive en mi interior

Recordando las virtudes de la infancia; la inocencia, el entusiasmo y las ganas de vivir.

Cada que paso por un momento difícil, recuerdo las palabras de mi mamá que decían algo sobre cuidar a la niña interior que vive en mí. Con esto se refiere a que no importa cuántas veces me lastimen, me arranquen las ilusiones y me intenten romper el corazón, esa niña es la que me permitirá seguir creyendo en algo una y otra vez.

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Sin embargo, a veces olvido protegerla y con todas las dudas e inseguridades, esta niña va quedándose en el fondo de todas mis historias. Nunca es fácil traerla de vuelta, y cuando la encuentro entonces debo trabajar duro para limpiarla del polvo, volver a acomodarla y tranquilizarla un poco.

Cuando por fin la recupero, entonces todo vuelve a sentirse diferente. Y es aquí cuando recuerdo por qué es tan importante tenerla en mi vida.

Por el entusiasmo y la ansiedad que me provoca saber que un nuevo día comienza y me dan ganas de levantarme temprano. Incluso lo disfruto, por el simple hecho de vivir.

Por esa capacidad de jugar con todo (en el buen sentido), la facilidad de hacer maravillas con una simple caja de cartón, como hacen los niños. Esa facilidad es la misma que deseo tener siempre para crear cosas sorprendentes con lo más simple y sencillo.

Para borrarle los límites a mi creatividad y dejar que mi imaginación fluya. Para creer que lo imposible no existe si se tiene suficiente corazón y voluntad.

Para dejar de analizarlo todo y disfrutar más. Cuando de pronto le empiezo a buscar peros y obstáculos a cualquier situación y dejo de creer en que las cosas pueden funcionar, empiezo a dudar de mí y todo lo que me rodea. Mi niña interior me hace sentir segura de volver a confiar.

Para dejar las poses a un lado y fluir con naturalidad. Ser lo que quiero ser, de manera espontánea y sin buscar la aprobación de las personas. Me recuerda que debo seguir siendo espontánea, no importa las veces que me equivoque.

Para conservar la sencillez y humildad al decir la verdad. Siempre anteponiendo el cariño cuando se trate de las personas que son importantes para mí, pero con la honestidad suficiente como para no traicionar mi propio código.

Por la capacidad para olvidar y perdonar rápidamente. Porque mientras me hago más adulta, más trabajo  me cuesta desprenderme del dolor y parece que voy por ahí acumulando heridas y nombres.

Por la inocencia y la maravilla de bien-pensar sobre las cosas que me pasan en el día a día.

Para seguir estimulando en mí la curiosidad y las ganas de descubrir cómo funcionan las cosas y de qué están hechas. Seguir buscando respuestas y asombrándome de las cosas que voy encontrando en el camino.

Sé que las virtudes son infinitas, y madurar está dentro de los méritos de vivir. Lo que no significa que se pierdan o se olviden. La idea es regresar a esa niña cuando me sienta perdida, sola, triste, desconfiada, etc. Estoy segura de que ella siempre tendrá algo que regalarme, algo único y extraordinario.

Gracias por ser, estar y compartir.

 

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