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Todo es cuestión de ego

El secreto es aprender a vivir en paz con él, domarlo, conquistarlo, dejarlo en la oscuridad y reservarlo.

El problema del ego es que es tan sutil que no te das cuenta cuando llega. Se presenta de manera silenciosa entre las multitudes, pero llega azotando con todo y ni el más dulce designio se salva de él.

Es casi omnipresente, como una especie de humo que va intoxicando hogares, ciudades y naciones enteras; descargando su rabia, llamando nuestra atención, instalándose en la mente creativa de los que hacen magia con sus manos, con sus guiones y sus películas, con sus líneas teatrales, con sus obras majestuosas. Qué sería del mundo del arte sin el ego de los creadores.

El ego es una fuente de inspiración de la que nacen obras brillantes. Personajes memorables de la historia se han regocijado en los placeres del ego convertido en riquezas inconcebibles, lujos y excentricidades.

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Ciertamente no podemos prescindir de él, o ¿él no puede prescindir de nosotros? somos su fuente de vida, el alimento de su existencia.

Gracias al ego contamos historias y nos inventamos la inmortalidad. Somos dioses en momentos breves; somos valientes y feroces.

Todo lo que en nuestra vida nos ha sido prohibido, se convierte en una posibilidad, en un deseo ambicioso y repugnante. Con el ego, el ser humano asegura su existencia entre lo insignificante y lo fútil.

Él llegó desde la primera era, al principio, y convirtió la nada en “algo”. Le dio significado a las palabras más hermosas, a los amantes más entusiastas, a las guerreras nativas y al humano más necio le dio la oportunidad de creer y salvarse.

Es la belleza de estar en las alturas lo que nos ata a su empeño, la posibilidad de ver todo pequeño y la sensación de que podemos sujetarlo con el puño de una mano. La superioridad nos atosiga y su orden nos tranquiliza.

No podemos huir porque dejaríamos de existir, seríamos lo ordinario e insuficiente, lo que no nos gusta ser.

El secreto es aprender a vivir en paz con él, domarlo, conquistarlo, dejarlo en la oscuridad y reservarlo.

Seguiremos yendo a su encuentro, quizá menos obedientes cada vez. Quizá para entender nuestra propia inseguridad. Regresaremos cuando nos alejemos de lo real, cuando nos sintamos incapaces de afrontar nuestro dolor.

Entonces saldremos con el orgullo alto y brillante, llenos de su euforia para olvidar lo terriblemente pesado y desesperante que resulta ser solo un humano ordinario.

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