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El problema de quererte

Quererte ha sido un problema. Mi problema ha sido quererte desde el principio, de esta forma tan obstinada mía de sujetar.

Te he querido de la manera más egoísta y solidaria, llena de esperanza y de ganas. Te he querido queriendo que quieras más, y a nadie más. El problema es que te he querido con un cariño efusivo, sin pensar ni analizar.

Te he querido en todas tus formas, con todos tus gestos y tus palabras, incluso las que me han herido en lo más hondo. Te he querido y a veces hasta he sentido más. Te he querido con todos tus actos, incluso los más crueles.

Te he querido en las noches, en las mañanas, en el café y en el aire que siento en mi cara cuando abro las ventanas. Te he querido en el tiempo, en la incertidumbre, en la duda y en la certeza. Te he querido llena de verdad, con toda la fuerza de la lluvia y los truenos.

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Te he querido incluso mientras tú no sabes si me quieres, te he querido con tu inestabilidad y tus demonios, con tu “hoy sí, mañana no sé”. Te he querido hasta cuando he llorado por tus heridas, cuando abrazo la almohada en la noche mientras no estás.

Te he querido así, despiadadamente mientras me enredo en ti, en tus besos y en tus brazos. Mi problema ha sido quererte con unas ganas enormes de decírtelo en los momentos menos apropiados, cuando menos lo quieres escuchar. Te he querido con todo y tu miedo de querer, con tus barreras y tus muros.

Te he querido en mis libros, en sus personajes, te quiero en mi música favorita, en mis letras cuando escribo. Te quiero en la nostalgia, te he querido en los momentos en que sonrío y te pierdes mi sonrisa y luego pienso: “¿por qué no estás?”. Te quiero con tus gustos raros y tus manías de hombre. Te quiero en tus desplantes y en tu indiferencia, tan, tan cruel. Te quiero en tu vida, con todo lo que eres y todo lo que haces.

Mi problema ha sido quererte sin querer, sin espacio para pensar si está bien si te quiero. Porque te quiero, y te quiero con la fuerza que hay tras toda esta vulnerabilidad, lo único que percibes.

Te quiero con un “te quiero” desde el corazón, desde la profundidad, intensamente. No, no te amo, te quiero. No, no te necesito, te quiero. Te quiero llena de ternura, de ingenuidad por el futuro. Quiero tu incesante forma de quererme tener sólo a la mitad.

Te quiero en toda esta calma, en toda mi paz. Te quiero así como soy, completa y con temor, pero segura de que te quiero. Te quiero sabiendo que lo que te quiero está en agonía. Te quiero consciente de que quizá no lo esté haciendo bien. Mi problema es seguirte queriendo mientras decido la distancia, mientras me alejo y te veo inmóvil, aun así te sigo queriendo.

Mi problema es que así te quiero, así desproporcionadamente, sin medida y con todo en las manos, y con todo en el corazón. Te quiero.

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