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Una persona distinta, el mismo reflejo

Nos transformamos diariamente, vestimos distintas pieles para lograr sobrevivir el día a día.

Si de algo estoy segura es de que cada día me encontraré a mí misma frente al espejo, pero la incertidumbre radica en no saber cómo me encontraré.

Existen esas mañanas en las que despiertas con los residuos del rímel y el delineador y un terrible sabor a fiesta, hay otras en las que amaneces más gorda, otras en las que sólo sonríes y las más difíciles en las que no te diriges la mirada. La única constante, además de mi reflejo, es el cambio, y vaya que nos transformamos diariamente: vestimos distintas pieles para lograr sobrevivir el día a día.

Recuerdo a la pequeña que se asomaba al espejo y sonreía, sin saber que allá afuera había un mundo que se esforzaría en cambiarla día tras día. Una vez que crecí me di cuenta de que tenía que vestir una armadura para evitar que esa sonrisa se borrara. Necesitaba cambiar o morir.

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También me acuerdo del día en el que el rostro impecable comenzó a llenarse de granitos y la impresión que me generaba dormir sin ellos y despertar con una fiesta en mi cara. Tuve que acostumbrarme o de lo contrario no saldría de casa.

Recuerdo también el día que me asomé tímidamente al espejo con el corazón roto por primera vez, ahí supe que el daño ya estaba hecho y era obligatorio alzar la mirada, aunque una noche antes mis rodillas se habían doblado del dolor y ni qué decir del color de mi corazón.

También es necesario traer a la mente el día en el que supe que había tomado la decisión correcta al salir de casa y echar a andar mis sueños. El espejo cambió, la ciudad cambió y más que nadie, yo me transformé.

También existe el recuerdo de la mujer que vi cuando me enamoré, cuando me sentí más guapa que nunca y cuando quise romper todos los espejos para no dirigirme la palabra.

El día de hoy me veo y pienso en todo lo que me he convertido. Me siento orgullosa de que he sobrevivido a todas esas versiones de mí misma que me han fortalecido, pero que también me han hecho vulnerable.

Sin embargo, hoy tengo que vestir otro tipo de pieles: la de la mujer fuerte capaz de enfrentar un día laboral con altas y bajas, la de la mujer que tiene tiempo para desayunar con el hombre que ama, pero sobre todo tengo que vestir la piel de no ser tan dura conmigo, de tenerme paciencia, de que al final del día la versión en el espejo seguirá siendo distinta y definitivamente no puedo romperlos todos.

A veces siento que las mujeres somos tan volátiles y tan parecidas al mar: siempre completas, pero a veces arriba y otras abajo. Imponentes, aunque por dentro tengamos una crisis de mareas. Un mar en calma es un espectáculo hermoso, pero un mar salvaje se sabe poderoso y dispuesto a estar tranquilo en algún momento.

Justo como yo me siento ahora: libre, impetuosa, pero con un absurdo anhelo de estar en calma y sentir que también soy un puerto seguro. Una vez que encuentre ese reflejo sabré que también al día siguiente será distinto.

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