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El amor verdadero

¿Quién dijo que existe? Y si existe, ¿sólo llega una vez en la vida?

El amor, más que una palabra, parece un tabú. Nadie sabe en dónde empieza o termina, pero en tanto lo descubrimos nunca encontramos la verdad definitiva. Una vez alguien me dijo: existe el amor de tu vida y con quien te casas. ¿Qué se supone que debo sentir ante eso?

Existen leyendas que aseguran que en algún lugar del mundo está nuestra persona ideal, y que la única razón de nuestra existencia es encontrarlo. La pregunta del millón es ¿cómo sabemos que la encontramos? Y entonces tenemos el sermón de toda la vida que, al menos en lo personal, sigue sin convencerme.

Es algo que simplemente se siente, es algo que crece con el tiempo, lo sabes desde la primera vez que cruzan las miradas, requiere paciencia y convivencia, el amor duele, el amor verdadero no debe doler, bla, bla. Siempre ha sido lo mismo: al inicio, el manifiesto es “¡Claro que es amor! Se te nota en la sonrisa” y todo cambia con el fracaso de la relación: “Alégrate, si te hizo llorar, entonces estuviste con la persona equivocada”.

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Lo curioso es que la misma persona que ha tenido la posibilidad de ser mi amor verdadero, si no funciona entonces se convierte en un aprendizaje más y un imbécil.

El peor error que podemos hacer es pedir consejos sobre el amor cuando las experiencias son tan distintas. Me parece absurdo que para varios, la relación perfecta sea aquella en la que no importa si la convivencia es buena o no, cuando hay un anillo de compromiso de por medio. O si él está negado al compromiso pero ella tiene la esperanza de que cambie de opinión, me pregunto si en este caso el significado del amor justifica renunciar a un deseo (llámese matrimonio, hijos, unión libre, etc.) por complacer a otra persona.

Me imagino que funciona como una prueba de resistencia en la que, en distintas etapas de nuestra vida va definiendo lo que somos capaces de soportar, compartir, perdonar, dar y recibir. Es decir, no es un modelo definitivo sino algo que cambia y se adapta a lo que somos y anhelamos en un momento determinado. Quizá el amor que sentiste en tu adolescencia no es precisamente el que necesitas cuando ya eres una adulta.

Con esto quiero decir que, todas las experiencias en las que he creído que al fin encontré el amor verdadero (porque siempre lo he sentido así), solo han sido relaciones que coinciden hermosamente con lo que en ese momento deseo y necesito. Por eso son tan raras las parejas que permanecen juntas dese la niñez hasta la vejez, y nada me da más esperanza que tenerlas cerca porque son grandes ejemplos de lo que es el amor, ese que logra crecer junto a sus cónyuges, que supera las etapas de crisis de cada uno y sincroniza el ritmo de sus vidas a pesar de que los sueños cambien.

El amor verdadero no tiene una fórmula ni temporalidad, no necesita distancia para ser valorado ni estrategias baratas para “revivir la pasión”, no es un acertijo ni un juego en el que gana la pareja que más se ría o la más honesta. El amor verdadero es la decisión constante de dos personas por estar juntos aun cuando pueden elegir estar en otra parte, es dejar de pedir desesperadamente tiempo y espacio para ti porque él o ella jamás será una interrupción o distractor, es sentirte libre de llorar, reír y enloquecer a su lado sin avergonzarte o limitarte, porque no amará nada como el conocerte en tus mejores momentos, pero te soportará en los peores.

Pero sobre todo, el verdadero amor no es el que le deja todo al destino, no es el que se suelta para volver por coincidencias, sino el que jamás dudará que estando juntos son mucho más valiosos que cuando están solos.

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