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¡Al demonio! Esto es lo que soy

Cuando por fin destapas un poquito de lo mucho que eres, es cuando te conectas con la escencia de todo, lo fundamental.

Suena típico de cualquier mujer pasar varios minutos pensando en lo que se va a poner ese día. El vestido que sigue con etiqueta después de meses, porque no te has atrevido a estrenar, te mira con la esperanza de que lo elijas de una vez por todas. De pronto te preguntas por qué lo compraste, recuerdas ese sábado increible cuando lo viste en el aparador y decidiste entrar a probártelo. Recuerdas cómo te encantó verlo sobre tu cuerpo y resaltando tus piernas y, wow, ¿por qué no te lo has puesto?

Más típico aún es ir caminando y toparte con esa tienda de chocolates que huele desde la esquina. Ese olor embriagante te pide a gritos entrar a hacerte de un antojo, pero sólo te quedas ahí, observando el aparador con las enormes charolas girando frente a ti, intentando convencerte que no es precisamente lo que te conviene.

Y qué decir del hombre con el que compartes el camino cuando corres a tu oficina, al que nunca saludas pero mueres por saber cómo se llama y a dónde va todos los días tan temprano con ese look relajado que te fascina. Simplemente no puedes ignorar la vergüenza cuando estás a punto de atreverte a decirle unas palabras. Cualquier “hola” inocente, se vuelve malintencionado al darte cuenta de las personas que te observan juzgándote en sus cabezas.

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De cuántas cosas te privas todos los días por temor, por inseguridad y por pena. De todo lo que haces, dices y sientes en 24 horas, cuántas cosas son reales y cuántas se apegan a todos los códigos absurdos con los que creciste y tú misma fuiste creando.

Al demonio con eso.

Pienso en las locuras que se han vuelto ideas vagas, cosas que me dan risa sólo de pensarlas, como cuando me detengo en un semáforo y pienso: ¿qué pasaría si en este momento me bajo del auto a cantar y a saludar a todos los que esperan el siga? ¿Y qué pasaría si lo hiciera el de a lado?

Créeme cuando te digo que muchas cosas de las que te has arrepentido y decidiste mejor no hacer, pudieron cambiar el rumbo de toda una historia personal, global, universal. Un ejemplo es cuando por fin me atreví a compartir mis letras, sin saber que las personas se iban a sentir identificadas con ellas.

Cada vez que dudas de mostrarte tal como eres, le estás quitando al mundo una posibilidad y un alivio. Seguramente existe alguien o algo que necesita de ti y tu bella energía para inspirarse, para crear o revivir. Y nunca lo sabrás si continúas escondiendo tu verdadero yo bajo el temor de lo que los demás piensen.

Cuando por fin liberas esa parte de ti y destapas un poquito de lo mucho que eres, es cuando te conectas con la escencia de todo, lo fundamental.

Encierra las cosas que te mantienen anónima, te limitan y no te dejan explorar más allá. Cada uno de nosotros contiene una dosis de luz, la necesaria para hacer que todo funcione y fluya. ¿Qué estás esperando para hacerlo? Para quitarle la etiqueta a ese vestido que luce divino en ti, darte algunos antojos, saborear la culpa, saludar al que está junto a ti, sonreír, cantar en los semáforos y dejar que los demás te lean. ¿Qué estás esperando para convertir tus locuras en nuevas historias?

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