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La “joie de vivre”

Sé capaz de reconocer aquello que te hace feliz y aférrate a ello. Renuncia a todo lo que no te pertenece.

Soy hedonista por voluntad propia; no sé si el ser humano haya nacido para obtener el placer de la vida, o sólo sea algo que se aprenda. Eso no quiere decir que no esté dispuesta a valorar los momentos difíciles, sino todo lo contrario: un pasado complejo me permite vivir un presente inolvidable, exquisito. Y no hablo de un presente como una totalidad, hablo de este preciso momento en el que me siento viva mientras tomo un vaso de agua.

Para muchos el placer significa un acto de egoísmo, significa vivir esperando que la vida te bese los pies y te llene de mimos. Mi definición de placer es disfrutar, valorar y, sobre todo, intentar revivir los momentos que más me han hecho feliz, aquellos que han arrojado fuegos artificiales en mi interior.

Y casi siempre esos momentos son pequeñísimos: un amanecer que sorpresivamente me encuentra trabajando, una canción que quiero escuchar mil veces y que me pone al rojo vivo el corazón, uno de esos «buenos días» que significan eso: un buen día, una buena vida.

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Tal vez mi error radica en querer que todos mis días sólo sean ese conjunto de buenos momentos, pero estoy segura de estar preparada para que cosas increíbles me sucedan, y eso es una regla que tengo desde hace mucho tiempo: no estoy dispuesta a que alguno de mis días pase inadvertido en mi calendario, y tal vez por eso decidí convertir mi pasión por la lectura en mi trabajo del día a día, al menos sé que estoy haciendo algo por mí al momento de hacer algo para otros.

Sin embargo, en mi búsqueda de lo realmaravilloso, casi siempre me he topado con el terror de la amargura, del estrés, de las puertas que se te cierran en la cara. Y no crean que soy una persona que va irradiando alegría y siendo insoportablemente optimista; no, mi felicidad es para mí y quizá para algunos cuantos que sé que la valoran, pero no pretendo “hacerle el día a nadie”, cada quién que peleé sus propias batallas. Y la mía casi siempre es esa: la falta de sensibilidad de los seres humanos.

Y sí, me refiero a que sean groseros, arrogantes, apáticos, pero, sobre todo, incapaces de percibir que pueden disfrutar la vida con muy poco, de encontrar algo que les cambie el día (y con suerte la vida) en una simple galleta de la fortuna. Todas esas personas han preferido dejarse llevar por la vorágine de emociones típicas de un lunes por la mañana y créanme, eso es lo más fácil del mundo: tomarse un café con dos cucharadas de no-tengo-tiempo-estoy-estresada.

Mi consejo para ser una verdadera hedonista, alguien capaz de entender la joie de vivre, es conocerse mejor que a nadie. Ser capaz de reconocer aquello que te hace feliz y hacerlo, así sea bañarte escuchando tu canción favorita o planeando un viaje que un día harás. Y después identificar aquello que no te pertenece, por ejemplo, el estrés del regaño de tu jefe no es tu regaño (lo puedes guardar en uno de los cajones y analizarlo más tarde, pues también te puede servir de aprendizaje, pero ¡no te lo comas!).

Entender que todo es una decisión y que te encuentras en el lugar en el que estás parada, es algo que tú decidiste, y como dicen por ahí: si no te gusta no te lo comas, no salgas con él o renuncia.

Si estuviéramos condenados al sufrimiento perpetuo habría más santas a las cuales colgarles milagritos. Afortunadamente somos dueñas de nuestra sonrisa, de nuestra piel y de nuestras carteras para comprarnos un chocolate en caso de que todo lo anterior no funcione.

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