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Lecciones de vida: trabajar en lo que no te gusta es un martirio

De esas veces que estás porque tienes que estar y no porque quieres.

La mejor etapa de mi vida fue la universidad. Todo era lindo hasta el último cuatrimestre. La cara nos cambió a todos cuando aquella eminencia de profesor entró al salón a poner orden y a tener la primera plática seria con nosotros: la tesis y nuestra carrera profesional.

¿Qué íbamos a hacer? ¿A dónde teníamos pensado ir? No sólo nos cuestionaban los maestros, nuestros padres también (más que nadie), incluso entre nosotros nos arrancábamos con preguntas que nos hacían entrar en pánico.

Ahora, ya con algunos añitos de carrera, puedo asegurarles que en algo siempre estuve bien: siempre traté de estar en donde quería. Claro, corrí con suerte porque –a diferencia de otros—no tuve tanta presión social.

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Lo que me movía (y me ha movido siempre) es la inercia de mi propia corriente. Más allá de la necesidad económica –claro que la tuve—mi principal objetivo era estar en la mejor agencia de mi ciudad, aunque fuera en el puesto más bajo. Y es que a los veinte, todo parece posible.

Pero siendo realistas, llega una edad, a veces muy temprano, en la que ya no puedes darte el lujo de guiarte por tus pasiones sin poner a trabajar el sentido común ni ponerte los ojos de la objetividad.

Todos alguna vez, mientras tomábamos “equis” clase, soñábamos con el día en que ya no tuviéramos que ir a la escuela un día más porque ya nos veíamos con nuestra propia empresa (de lo que sea), llegando un poco tarde, saludando a todos, de buenas y con nuestro café en mano.

No voy a negar que a veces ha sido así. Todo en el trabajo va bien hasta que empiezan las preguntas. Y ojo, eso puede llegar a los 20, o a los 50. No hay edad para cuestionarte si lo que estás haciendo te hace feliz, simplemente porque no hay edad para terminar de cumplir un sueño.

En cierta etapa, el experimento profesional está bueno; tener un jefe, rendir cuentas, dar resultados, exigirte, aprender, fracasar, los primeros éxitos, etc. Todo es parte del ciclo de la vida. Pero también llegan otras etapas en las que de pronto uno puede decidir hacer algo diferente; ser altruista, darle la vuelta al mundo o viajar a comunidades remotas.

Lo que no se vale, es que cuando llegue la primera pregunta huyas de la respuesta y siempre des por hecho que en donde estás, estás bien porque es lo socialmente correcto. Si ganas bien, si tu jefe te ama, si eres empleado de confianza o cada año recibes unos bonos enormes, pero en el fondo sientes que tu talento se desperdicia, entonces nunca será suficiente.

Cada persona sabe de lo que está hecha, todos tenemos una habilidad que nos hace especiales y diferentes a los otros, ¿sabes cuál es la tuya? Pregúntatelo siempre, porque lo sorprendente es que nunca es la misma.

Estamos en constante descubrimiento y eso lo hace todavía más interesante. Un día puedes ser bueno en idiomas y otro día de pronto ya eres todo un chef.

Lo ideal sería no esperar a que el tiempo empiece a pasar más lento, a que sea lunes y ya quieras que sea viernes, a contar las horas para regresar a tu casa. Lo ideal sería poder entender cuando es oportuna la intuición y cuándo la pasión.

La lección ha sido siempre saber hacia dónde va el corazón para que la razón pueda ayudarnos a dar el paso de la mejor manera. Sin aplicar restricciones.

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