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Ser increíble

Un hecho absoluto: el dolor incomoda y el dolor ajeno incomoda todavía más. Pero a veces, en el dolor, aunque no parezca, también habrá felicidad.

A veces nos empeñamos en ser increíbles. Nos buscamos estas vidas llenas de aventuras, fiestas, amores y cosas que contar. Le asignamos un profundo valor a estar siempre de buenas, con un gran talante y a tener sonrisas prestas para cualquier situación.

Nos armamos fabulosos momentos, experiencias dignas de contarse, porque vida sólo hay una. Somos increíbles: reímos, bailamos, hablamos y tenemos cientos de fotografías y de palabras que atestiguan tan maravilloso existir.

Pero, ¿cuando no te da la gana? ¿Qué pasa cuando amaneces en alguna escena kafkiana? Desde ese “cucarachismo”, cómo le haces para aguantarte, para regresar a la “normalidad”.

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Un hecho absoluto: el dolor incomoda y el dolor ajeno incomoda todavía más. En esa lógica, ¿estamos preparados para asumir nuestros malestares y, más aún, los de alguien más? He descubierto, sin ningún mérito porque es algo común, que ante algún sentimiento de disconfort la respuesta consecuente es hacer exactamente lo opuesto.

Es decir, si estás triste, conténtate; si estás aburrido, entreténte; si estás cansado, anímate; si estás roto, componte porque la vida sigue su curso. Los sentimientos negativos no tienen ninguna cabida, nos dan comezón y los queremos borrar de inmediato porque no sabemos lidiar con ellos y queremos volver de inmediato al estado de gracia de donde se nos expulsó momentáneamente.

Sin embargo, al eliminar el síntoma no desaparecemos la enfermedad (House me enseñó eso). Las lágrimas o la ira son consecuencia de algo y al detenerlos no necesariamente para la fuente del problema y, si me preguntan, los problemas se eliminan de fondo o seguirán siendo lastres para toda la eternidad.

Esto implica que, lejos de apapacharnos el dolor, hay que asumirlo, tomarlo por los cuernos, dialogar con él hasta que, desde el suelo de ese abismo, surja un rayito de luz. Diría mi abuela, “no todo es jajaja y jijiji” y está bien.  No se deja de ser increíble por un día no estar de humor o por querer cerrar las cortinas porque el sol nos pesa.

Hay que conocer dónde y cómo nos duele. Hay que abrir ese espacio sin prisas, sin el ansia de mejores ratos, hay que entenderlo, respetarlo y darle tiempo. Evidentemente esto aplica hacia adentro y hacia afuera con los dolores de otra persona.

Si estás triste, está triste. Descubre por qué, escucha eso que incomoda. Después, regresa a ser fabuloso en el momento en que te dé la gana. Porque sí, es fantástico ser increíble, es mucho más divertido reírse, es más cómodo pasarla bien. ¡Claro! Pero a veces, en el dolor, aunque no parezca, también habrá felicidad.

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