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La soltería es el nuevo matrimonio

El estudio del INE ha concluido que hombres y mujeres se casan cada vez menos y a mayor edad ¿El matrimonio tendrá sus días contados?

En los tiempos de nuestras abuelitas, casarse era el proceso natural de todo ser humano. Casi tan natural como nacer, alimentarse, recibir educación y morir, era también estar casada antes de los veinte años y tener- al menos- cinco hijos. Es por esta razón que era toda una proeza reunir a todas los familiares para Navidad y Año Nuevo. ¡Una infinidad de parientes que ni siquiera los conoces a todos!

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Afortunadamente, las cosas han cambiado. Según los datos del Instituto Nacional de Estadísticas, la edad media de los contrayentes al momento de casarse en el país es de 35,39 años para los hombres y de 32,65 años las mujeres. Se trata de la cifra más alta desde que hay registros, según indicó La Tercera.

Es decir, si nuestras abuelas se casaban a los quince años  –siendo niñas, con las complicaciones del embarazo y abandono de los estudios en pos de una familia- ahora las mujeres de casan a una edad promedio de 32 años; en plena adultez y sin dar explicaciones a nadie.

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Además, lo más sorprendente, es que también han caído los matrimonios, cifra que pasó de ocho celebraciones nupciales por cada mil habitantes en 1980 (7,7) a menos de cuatro en 2011 (3,8).

Entonces, ¿qué nos está pasando a las mujeres que aplazamos el matrimonio o, derechamente, no vemos este contrato como un logro en nuestras vidas? Puedo decir que, simplemente, abrimos los ojos y despertamos de un largo letargo.

Según el mismo estudio, el aplazamiento del matrimonio se debe a que en la actualidad es más difícil encontrar un trabajo estable que permita formar una familia y, a la vez, adquirir una casa propia dado que todo se ha encarecido. Sí, puede ser una razón valida y de peso, ya que todos trabajamos para vivir y ser independientes, pero también las mujeres -y hombres- nos dimos cuenta de que casarse cuesta mucha paciencia y harto trabajo.

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Digamos las cosas como son. La generación de nuestros padres también se casaron jóvenes, a eso de los veintitantos. ¿Y qué ocurrió? Las pseudo familias felices no eran más que una simple careta para cubrir un infierno bajo el concepto de “marido y mujer”.

No es raro conocer historias de familias que se llevaron pésimo, tenían una doble vida, problemas económicos graves con embargo de casa incluido, situaciones de violencia intrafamiliar o simplemente, dejaron de regar la “plantita del amor” y pasaron de los “bailes lentos” de los ’80 a las tardes de mirar la televisión sin decirse nada.

Esta “película de terror” de la vida real en nuestra propia casa nos traumó de por vida y estas son las consecuencias que esta sobrellevando nuestra generación.  ¿Cómo se pudo llegar del amor al odio en un sólo paso? ¿Cómo las mujeres y hombres tuvieron que aguantar tanto en sus matrimonios? ¿Será el matrimonio el único culpable de destrozar cientos de almas desesperanzadas? Puedo decir desde mi tribuna que sí, el matrimonio es el culpable de todo esto.

A esto se suma las probabilidades de trabajo. Las mujeres tuvimos más acceso a mejor educación, muchas se dedicaron a estudiar, a hacer postgrados, a trabajar, viajar, a disfrutar la vida desde la total libertad. ¿Por qué terminar este idílico escenario por una imposición social? Y el cuento de que “se te va a pasar el tren”, el llamado “tren biológico” y tus tías metidas que te preguntan: ¿cuándo se va a casar?, ya no son tema.

Ahora dices con todo orgullo que ¡No! ¡No quiero casarme! ¡No quiero tener hijos! Muchas y muchos te dirán que te vas a arrepentir, pero ya no te importa: la soltería es el nuevo matrimonio.

Los hombres también están abriendo los ojos. Prefieren trabajar y gastar su dinero en viajar, perfeccionarse, ser su propio jefe, entre otras prioridades que gastar celebrar una fastuosa fiesta matrimonial o empezar una vida de familia llena de responsabilidades.

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Los hombres casados lidian con las ojeras producto de los llantos de sus hijos, las reuniones de colegio, las cuentas que pagar; mientras que los solteros sin compromiso los observan y piensan lo afortunados que son.

Algunos dirán que dejar descendencia es el sueño de todo ser humano, pero no de todos. Muchas y muchos ahora valoran su libertad, salir un martes en la noche sin estar preocupada de quién cuida a los niños o pasar un domingo entero viendo películas. Por muy cliché que suene, los detalles hacen la diferencia y varios son agradecidos por haber elegido esta opción de vida.

Lo trascendente de este estudio es que, además de las causas económicas y laborales, nos dimos cuenta de que la felicidad va más allá de una pareja, que se puede ser pleno como persona sin un contrato de por medio y, además, los valientes que se atreven a casarse, ya no aguantan estupideces por conservar un status o por le medio al “qué dirán”.

¿Será que aprendimos a valorar nuestra libertad? Yo creo que, más que eso, aprendimos a llevarnos bien con nosotras mismas. ¡Y por fin lo estamos disfrutando!

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