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De cómo me enamoré de mi primera bicicleta

La primera vez que me subí, me frustré, pero bastaron unos minutos para que descubriera que andar en bicicleta era una de las cosas más entretenidas del mundo.

No soy de esas personas que tengan demasiados recuerdos de su infancia. De hecho, me gustaría que fueran más, pero la memoria no es mi fuerte. Pero hay algo en común en muchísimas de las imágenes que puedo reproducir en mi mente: mi bicicleta.

Era rosada y tenía unos stickers con unas figuritas extrañas. Además, el manubrio era un poco brillante, como con esas brillantinas tan típicas de los 90, y de cada lado le colgaban unas tiritas de colores. Me la regalaron para la Navidad, cuando tenía como cuatro años.

Yo no me lo esperaba, pero cuando vi los regalos debajo del árbol y había uno especialmente sospechoso —se notaba demasiado que era una bicicleta— me emocioné tanto que no sabía que decir. Lo primero que pensé fue que no sabía cómo usarla.

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Mis papás siempre decían que andar en bicicleta es algo innato, que una vez que lo aprendes, nunca se te olvida. Yo estaba aterrada. ¿Cómo iba a ser innato subirte a una especie de auto a escala? Eso era cosa de niñas grandes.

Cuando la vi, me enamoré. Nunca pensé que me podría gustar tanto algo, no quería ir a dormir porque quería estar toda la noche aprendiendo a andar en bicicleta, pero como era de esperarse, mi papá me dijo que lo hiciéramos a la mañana siguiente, y yo me indigné.

Era difícil equilibrarse, así que le instalaron unas rueditas de ayuda para que fuera más fácil. Cuando salí a la calle, me sentí una súper heroína. Iba a toda velocidad, más rápido que mi hermano mayor y creía que esa sería mi profesión, andar en bicicleta todo el día, sin parar.

Cuando veo a todos esos niños que ocupan su tiempo libre en videojuegos, Internet y todas esas cosas tecnológicas, me da pena. Me acuerdo de todos esos momentos increíbles que pasé con mi primera bicicleta, y me dan ganas de decirles que aprovechen su infancia.

A mí nunca se me va a olvidar mi bicicleta. Si alguna vez tengo hijos, les voy a regalar una, para que también sean felices y conozcan las aventuras que se pueden tener sobre ruedas (y rueditas).

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