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Prisas y tiempos

Tengo infinita prisa por descubrir cada rincón del mundo que sea posible, por conocer a personas que me provoquen algo, que me desplacen para bien, o para mal.

Hay quienes afirman que hace bastante me fui a la mierda. Pasé de ser la niña más prometedora del colegio, a ser la única de mis ex compañeros que no ha puesto un pie en la universidad.

Yo me debería estar graduando de abogada, de relacionadora pública, de economista o de politóloga; mis inclinaciones humanistas durante la adolescencia eran evidentes, y todo test de aptitud apuntaba a que debería optar por carreras que hoy por hoy, encuentro como el hoyo.

¿Soy, acaso, vaga? ¿Acaso bruta? ¿Acaso ciega? ¿Acaso sordomuda? ¿Acaso loca? ¿Acaso consciente de que, como dice Jorge Drexler, la vida no para, no espera, no avisa?

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Tengo prisa, pero a la vez me tomo el tiempo. Me apuro por viajar, porque es evidente que la vida es corta y eso que llaman juventud tiene fecha de expiración.

Le tengo un miedo feroz a despertarme un día y darme cuenta de que han pasado cuarenta o cincuenta años desde la última vez que tuve veintidós, y que a esa lejana edad pude haber hecho cosas que no concreté o que deseché por culpa de mis temores o de mis comodidades.

Tengo infinita prisa por descubrir cada rincón del mundo que sea posible, por conocer a personas que me provoquen algo, que me desplacen para bien, o para mal, pero que por favor, bajo ningún pretexto, que me dejen indiferente.

Tengo la aptitud evidente del Sí flojo: sí al circo, sí al teatro, sí al taller de tal o cual ciencia extraña, sí a tomar un helado con alguien a la vuelta de la esquina, sí a comprarme un chocolate si tengo ganas y un poquitín de plata, sí al impulso de irme a vivir lejos porque me enamoré de un chiquillo que vive a dos cuadras del Polo Sur y me rehúso a la distancia.

Tengo el don de la buena juventud, ese que tiene como eslogan “No lo pienses dos veces”, y la gran ventaja de que, a pesar de eso, no he caído en las drogas (es que, díganme ñoña, pero ni me hacen falta).

Tengo la fortuna de ser una chica afortunada, aunque no me alcance para toda la ropa que quisiera ni para un celular mejor que el Nokia 1011. Mi fortuna, en realidad, es ser consciente de que el tiempo pasa.

Pero a la vez me tomo el tiempo, y me atrevo a afirmar esto porque alguien me habrá enseñado que la vida es así, paradójica. Voy lento, muy, muy lento. Lo sabrán quienes me han visto comer o andar en bicicleta.

Lo saben mis papás, que llevan cuatro años preguntándome cuándo voy a ir a la universidad, a lo que siempre respondo: “Ya va, cada persona tiene su ritmo. Ya va, siento que es muy apresurado decidirlo ahora. Ya va, quiero hacer un par de cosas antes de empezar. Ya va, que este lugar me encanta y me voy quedar un poco más. Ya va, que ahora no es el momento. Ya va, necesito tomarme mi tiempo”.

Esta lentitud tan explícita ha generado un gremio de gente que me hizo creer, muy a fondo y severamente durante algunos años, que soy indecisa. Pero no, no soy indecisa, sólo que me niego a elegir una sola cosa de las tantas que podría.

Quiero hacer todo lo que pueda hacer, no solo algo; quiero sentirme completa, no frustrada. Si a una pizza nadie le exige que sea rica en menos de un cuarto de hora en el horno, que a mí nadie me pida que sea plena en menos de lo que mis decisiones tardan.

No quisiera haber perdido cualquier cantidad de años (y por qué no decirlo, también de dinero) en estudiar una carrera escogida al apuro para salir de los subsuelos académicos a ejercerla eternamente y luego darme cuenta en la crisis de la mediana edad que malgasté años dorados en una cuestión que poco o nada me satisface, y que si tuviera veintidós de nuevo me iría un poco a la mierda, y tendría prisa pero a la vez, me tomaría mi tiempo.

No sé si, de todas maneras, algún día me arrepienta…ni me importa lo suficiente; por ahora sólo se me ocurre caminar de la mano con la mujer que soy, esa que casi siempre se siente satisfecha y tranquila, y que sabe, por sobre todas las cosas, que podrá ser bruta, ciega y sordomuda, pero sobre todo y más que nada, feliz y feliz.

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