El ejercicio es terapia gratuita. Puedes salir a caminar, a trotar, nadar en el mar o practicar distintas disciplinas, y tu cuerpo liberará sustancias químicas que, objetivamente, te harán sentir mejor.
Tomando esto en cuenta, lo más lógico sería que todos hiciéramos ejercicio siempre, que fuera un estilo de vida. Lamentablemente, hay millones de personas en el mundo que viven siendo sedentarias, aunque tengan todas las condiciones para hacer actividad física.
¿Qué nos ocurre? El ejercicio requiere esfuerzo: antes de notar resultados, tendrás que trabajar por ello y eso no te gusta mucho. Sin embargo, si tú misma te convences de que te gusta hacer deporte, verás que lo practicarás con más frecuencia.
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Esta teoría, planteada en un estudio liderado por la investigadora Bethany Kwan (Universidad de Colorado), se basa en la lógica de la persuasión.
Kwan y sus colegas reclutaron a 98 voluntarios con edades entre 18 y 45 años, y les solicitaron que corrieran durante 30 minutos en la caminadora. A un tercio de los participantes se les dijo que si corrían ese tiempo, luego se sentirían refrescados y relajados.
Los voluntarios también debían seguir un programa de ejercicio las próximas semanas, y aquellos que fueron persuadidos con la idea de que trotar traería beneficios, se mostraron más constantes y positivos ante el trabajo físico.
Todo esto se trata de entrenarnos a nosotros mismos para no confiar demasiado en nuestras expectativas negativas. Si te dices a ti misma que odias el deporte, difícilmente te va a resultar una actividad agradable y beneficiosa.
En eso consiste el pensamiento positivo: de enseñarle a nuestra mente que podemos predisponernos favorablemente, sólo imaginando, pensando o recordando.