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La historia de una escuela de ballet clásico en el asentamiento más pobre de Kenia

Después de sus clases habituales los cerca de 40 niños sacan las mesas y sillas para comenzar a practicar los más exquisitos pasos al ritmo de la música clásica.

Entre tanto estrés y las constantes preocupaciones creadas por la inseguridad que genera el sistema es necesario hacer algo para regresar al humanismo y dejar de ser simplemente números u objetos. Por eso, quiero contarles una historia que nos muestra como el arte puede cambiar la vida de nuestra especie, hacernos recuperar la empatía y las emociones.

Kibera es un asentamiento ilegal ubicado en los suburbios de Nairobi (Kenia, África), en el cuál viven un millón de habitantes con una realidad de miseria aberrante, si hablamos desde la perspectiva económica.

En este lugar ha trabajado durante un año el fotógrafo sueco Fredrik Lerneryd, registrando el trabajo que hace ahí el ex bailarín de ballet profesional, Mike Wamaya, quien dejó la comodidad europea para desarrollar una escuela de ballet clásico donde cuenta, actualmente, con 40 alumnos.

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Esta clase existe gracias al programa de la organización Anno’s Africa que tiene sede en Reino Unido y que además del ballet financia la formación en artes alternativas de un total de 800 niños en Kenia.

El mismo salón donde estudian todos los días, una vez a la semana, se convierte en un espacio para el ballet luego que el profesor y sus alumnos corren y ordenan mesas y sillas. De acuerdo a lo publicado en Huffington Post, las clases de Mike se centran “tanto en el bienestar físico como mental”.

Lerneryd conoció la historia mientras trabajaba para otro reportaje pero la escuela de ballet se robó su corazón y realizó una serie fotoperiodística impresionante y llena de contrastes que nos ponen a pensar en ¿qué es lo que realmente necesitamos para ser felices?

“El hecho de que sientan y vean cuánto pueden lograr si alguien les da la oportunidad hace que mejore su autoestima y les dé fuerza en su vida diaria”, comentó el fotógrafo a The Huffington Post.

Wamaya lleva ya unos años con este proyecto y algunos de sus alumnos han logrado salir del país para estudiar y especializarse.

A pesar de la pobreza y de la precariedad del salón que no tiene puerta y cuenta con varios vidrios rotos, este fotógrafo logró graficar la importancia de estos espacios de aprendizaje y la alegría que una oportunidad les da en la vida a estos niños.

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