Cuántas de nosotras hemos estado en las tinieblas de una relación tóxica, dependiente y violenta.
Dolor, terapia, excesos-vida y muerte de una parte de nosotros, cuesta dejar esa etapa azul.
Es largo camino para llegar a decidir no ser víctima, ese filo te lleva a repetir el patrón o convertir tu miedo en agresividad
La Violencia lleva a más violencia.
Bajo la consigna:
“Ojo por ojo” todo el mundo acabará ciego.
De Gandhi
Que también ha sido vinculado a historias de abuso.
La violencia extrema nos paraliza, la violencia que vamos agregando a la gama emocional del día.
El caso de Nabila me dolió, me hizo recordar a Black Dhalia, las niñas de Alto Hospicio, mis amigas secuestradas por sus parejas, me recordó mi propia historia, donde rechacé por años la palabra víctima junto a la sigla VIF (Violencia Intra Familiar), en un legajo de mi Ficha de Salud Pública.
Esa palabra insultaba mi intelecto y me posiciona débil.
Odié no cortar, me sentí estupida, sentí vergüenza de mi realidad.
Años tratando de salir de ese rol, me endurecí y no pude confiar. Hubo momentos que me volví “masculina” según los hombres.
Pensé “ah los veinte años” y me comprendí.
Recuerdo los primeros silencios, ser cuestionada por Carabineros al tratar de dejar constancia, las ridiculizaciones y la soledad que sentí, el autoexilio.
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Aún cuando sigo caminando expandiendo mi conciencia, a veces me cuesta poner límites, darme lo mejor y recibir amor.
A pesar de la mutilación, Nabila es fuerte y no tiene miedo, su agresor le da rabia y pena.
Ella no es una sobreviviente, ella ahora vive, ella decide y reacciona frente a la Justicia y los medios que la exponen frente al país, ella tiene que vivir el duelo de este tiempo brutal, ella tiene que explicarle a sus hijos que es lo que pasó y ellos serán sus ojos, nosotros veamos lo que es y no finjamos un hashtag de libertad tras la cortina del intento.