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Relatos: El Padre de la Novia

Doblepé nos relata una experiencia que la llenó de “pajaritos”, mientras acompañaba a su padre al matrimonio de uno de sus familiares. Una historia que retrata las ausencias y falencias de la paternidad, sobre todo, en un momento tan especial para una hija como lo es que un papá, te lleve hasta el altar.

Hace unas semanas mi papá me pidió que lo acompañara al matrimonio de una prima que para ser sincera, no veía en años.

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Con una actitud entre difícil y obligada, acepté, total, después de todo y de tanto desacierto de padres separados, me entusiasmaba la idea de compartir vida con mi papá.

Como Chamorro, mi papá, ha sido pieza masculina fundamental en el reiterativo matriarcado que se ha dado a lo largo de mi historial familiar, su presencia era crucial.

Abuela, madre, novia, hermana y la fuerte ausencia de un padre que olvida quizás uno de los más intensos momentos del que vivirá su hija, se camuflaba en el desfile de bellos faldones, detalles finales, palabras y caricias estampadas de una notable carga femenina e interrumpidas por las desubicadas intervenciones de Chamorro acerca del más completo desconocimiento sobre la dirección de la parroquia y su “¿Por qué cresta se les ocurrió casarse tan lejos?”.

Para calmarlo, acordamos irnos detrás del auto de la novia-prima, un maravilloso Impala 59, rojo, descapotable y con la inigualable voz de Neil Sedaka y su ‘Oh! Carol’ a todo volumen, saliendo por la pequeña radio también cincuentera que me dejó con la boca abierta y con la amabilidad de mi prima-novia que me permitió jugar por un instante al conductor.

En realidad el trayecto era largo y mientras la novia impregnaba de pasado -con maquiavélico sonido de bocina vencida- las calles santiaguinas, fue inevitable preguntarme; dónde estaba ese tío mío que alguna vez fue padre, ¿Era necesario llevar hasta estas instancias el abandono?

A pocos metros de llegar a la parroquia y como era la costumbre, nos adelantamos para esperar a la novia-prima. Luego de eternos minutos, cigarros, reencuentros y más cigarros nos pusimos en nuestros puestos.

El Ave María a capela y en latín reemplazaba todo tradicionalismo marchístico y ahí, desde el fondo se asomaba la bella silueta de mi prima-novia acompañada, firme y fielmente del brazo de su madre.

Mientras avanzaban juntas en un lento compás, percibí que el pecho de mi prima se llenaba de pajaritos, palomitas disueltas, pequeñas palomitas blancas y disueltas que respiraban profundamente, pero con mucha dificultad, también noté sus ojos vidriosos, los de ambas y la transmisión de sentidos que me llevaron todos los pajaritos con sus alas por mi cuerpo.

Orgullo a rabiar, de sentirlas mujer, de verlas ahí, tan mujeres y comprender que mi Prima, esta vez a secas y en mayúscula, era “entregada” de la forma más justa y sincera que se merece el verdadero altar de nuestras propias convicciones.

Apreté fuertemente la mano de Chamorro y aproveché de decirle discretamente: Te quiero, total, después de todo y de tanto desacierto de padres separados, me entusiasmaba la idea de compartir vida con mi papá.

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