Desde que se instauró el concepto de la delgadez como parámetro único de belleza, mujeres y hombres han ido cambiando sus hábitos alimenticios. A pesar de que hay personas que declaran no sentirse influenciadas por esto, seguimos viviendo en un mundo que le rinde culto a la delgadez.
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Durante el último tiempo hemos visto que se ha abierto un poco el abanico; al menos se está considerando el hecho de que la belleza no tiene por qué regirse por el peso y la talla, o el color de piel y el tipo de cabello.
Sin embargo, este culto a la delgadez ha ido modificando el concepto de “comida sana” o de “alimentación balanceada”, y muchas personas se han autodefinido enemigos de la grasa.
Existe una especie de terror a la palabra, o más bien, a lo que ello representa. La verdad es que el ser humano no puede vivir sin grasa y uno de los órganos que más la necesita para funcionar correctamente es el cerebro.
Así como se detalla en una nota de MindBodyGreen, las dietas o regímenes alimenticios que descartan la ingesta de todo tipo de grasa resultan ser muy riesgosos para la salud del cerebro.
Como se explica en el artículo citado, la sociedad moderna ha “demonizado” la grasa y se ha instaurado el concepto de que la ausencia de grasa es sana, cuando en realidad es todo lo contrario.
Al afectar la salud del cerebro, la falta de grasa también puede desencadenar problemas como ansiedad, depresión, Alzheimer o Parkinson, y si seguimos eliminando las grasas de forma tan radical, es probable que las generaciones más jóvenes tengan mayor tendencia a sufrir este tipo de patologías.
En la justa medida, la grasa es esencial para el buen vivir. Obviamente, debemos privilegiar las “grasas buenas”, que están presentes en alimentos como la palta, el aceite de oliva extra virgen, el aceite de coco, las carnes magras y el pescado.