Colombia

El restaurante más caro de Bogotá donde paga más de 600 mil pesos por comer tres horas

Frenessí, del grupo Seratta, fusiona la tecnología, la buena comida y hasta lo ponen a bailar por cócteles.

Frenessí: el restaurante más caro de Bogotá donde come por tres horas
Frenessí: el restaurante más caro de Bogotá donde come por tres horas (Cortesía/Frenessi)

En Bogotá, hablar de experiencias no solamente se limita al típico cóctel con nitrógeno y un bello empaque, o de talentos que irrumpen con fuerza y atrevimiento a través de las texturas y los ingredientes. Pero en Bogotá hay un restaurante donde paga más de 600 mil pesos por comer tres horas.

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La tendencia predomina en este restaurante, como en la nueva escena colombiana gastronómica. Y esto incluye la materia prima local, que elimina, al menos en instancias creativas, eso de que acá en Colombia “se come desabrido, mucho y mal”.

Porque, si películas como ‘El Menú’ tuviesen su antítesis en un universo paralelo y tuvieran un final feliz, serían inspiradas en lugares como los restaurantes del grupo Seratta, que sin duda, entre salones, decoraciones inspiradas en la reina María Antonieta, la jungla, o Medio Oriente, transporta a los comensales entre mundos y narrativas, tanto en su sede de la Autopista Norte, como en la de Atlantis.

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Pero, sin duda, la experiencia más impactante ocurre en su restaurante principal, Frenessí.

Este lugar, de 16 puestos, es un lienzo en blanco. Uno donde hay un nombre, un juego de luces. Uno que puede ser una discoteca, un club playero, una nave espacial. Un lugar donde los meseros actúan más allá de sus servicios. Y todo, cuando luego de cinco años de investigación se fusiona la experiencia con la tecnología.

Sí, se habla mucho de “experiencia” hasta para caminar. Cómo no, luego de dos años bajo la tiranía gélida de una pantalla, donde hasta tocaba celebrar de la mitad para arriba, mientras que en la otra ventana se seguían hablando de contagios.

Pero en Frenessí esto deja de ser una promesa, un insight corporativo cualquiera. Se trata incluso de confrontar al mismo comensal.

Por lo tanto, no hay carta. Es más: hay 11 tiempos, mundos que van desde el cielo y el hielo hasta el Amazonas. Esto, a través del sabor umami con mezclas que incluso aluden a lo local, unidos con mixología y vinos.

Así, el viaje comienza en el Amazonas, con una hormiga culona dorada en un cóctel de ron. Acompañada, claro, de un conejo con hierbabuena picante. Para luego irse al pasado: a ese barroquismo gótico e industrial de la era victoriana, donde los animales vienen como empaques y como parte del espectáculo (no se moleste si lo besa algún caballo). Y en donde se tienen combinaciones como Ginebra con lomo de res envueltas en figuras de sapos y música ampulosa.

Una que se torna pesada al ir a las “nubes” (todas las ambientaciones tienen transiciones vertiginosas), donde usted se puede tomar un espumante con té y con algodón de azúcar. Y luego: el espacio. El espacio colombiano con vino tinto y que viene con un “hogao” como esfera líquida, una res nacional madurada en cera de abejas y los cubios y la longaniza como texturas crujientes.

Deléitese comiendo mientras la inteligencia artificial nivela la temperatura y simula estar en un viaje cósmico, donde usted es el pasajero de una nave espacial. ¿Una probada de lo que podrán ser los restaurantes en el futuro? Donde ya no hay meseros, sino una máquina impersonal dictando cada movimiento, explicando cada plato o combinación. Una que siente lo que usted siente. Casi como ‘Her’. Pero con la comida.

Ahora bien, si piensa en cosas surreales para probar, ¿por qué no el agua de mar? esto, obviamente, en una simulación costera. Agua de mar, sí, envuelta en una película de cereza.

Prosiga luego con un ceviche invertido, donde la leche de tigre es crujiente y en la que también puede probar un langostino con cannabis. No se ponga “groggy”: lo máximo que podrá hacer es bailar con un cóctel de mezcal.

Una experiencia surreal donde lo ponen hasta a bailar

Claro: en esto viene la confrontación. Hay que pensar en cosas hermosas, momentos felices. Pero en Frenessí fuerzan al movimiento de alguna forma, sea torpe o grácil. Lo ponen a caminar, le mueven la silla.

Y de paso, retan sus miedos,cuando llega a Medio Oriente: lo pondrán a comer wasabi y a echar humo por la nariz. Algo retador para quienes se adentran en tantos mundos por primera vez. Algo divertido para quienes quieren ver los sabores de Asia de otra forma.

Porque esto se cumple a cabalidad más allá de las presentaciones de cofres chinos y otros símbolos.

¿Qué tal el whisky con sake en una tetera acompañado de un pato Pekín con hongos? Todo, para terminar, claro, con un postre que se va pintando (así como en el Menú), pero donde el único “quemado” es el conejito de chocolate que usted prueba en tamaña obra de arte personal.

Y así, ha pasado tres grandes horas de su vida. Probando, confrontándose. Yendo a lugares nuevos, como solo la comida podría hacerlo. En este caso, en un viaje sin Sombrereros ni Liebres, pero con preparaciones y performances que desafían la quietud.

¿Dónde queda?

Autopista Nte. #114 - 44 4, Usaquén, Bogotá.

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